En un día cualquiera a mis doce años siempre tocaban deberes después de comer, porque había que dejarlos hechos antes de ir a música o a ballet. Pero yo corría al cuarto de estar, donde estaba la tele. Tenía que aprovechar mientras mis padres hacían sobremesa. No había tele para nosotros durante la semana, teníamos actividades y deberes que hacer. Sólo los fines de semana veíamos la tele. Sin embargo, yo no necesitaba más. No era eso lo que buscaba después de comer.